Parece Navidad pero no (al menos, hasta que lo diga El Corte Inglés). La nostalgia ha conseguido que todo el mundo vuelva a reencontrarse con los suyos en la que una vez fuera su casa. 'Operación Triunfo' ha sido la última víctima de esta moda, rentable para las televisiones y reconfortante para aquellos que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Echando la vista atrás, todos parecemos más guapos y más felices. Nos reímos de aquellos estilismos imposibles, suspiramos al vernos más jóvenes y recordamos aquellos amores que parecían no tener remedio. Intentamos evadirnos de la rutina convenciéndonos a nosotros mismos de que un día volveremos a ser aquellos maravillosos seres. Y, afortunadamente, nos equivocamos.
Tras la primera parte de 'OT: El reencuentro' (y más después de ver el dato de audiencia), muchos espectadores clamaron por la vuelta del programa. Querían la vuelta del romance de Bisbal y Chenoa, la historia de superación de Rosa o las lágrimas de Bustamante cuando eso simplemente fue un capítulo más en la historia del talent. Idealizamos el pasado, identificándolo con momentos cumbres que nos hicieron felices.
'Operación triunfo' es un gran formato. La vida también. El problema comienza cuando queremos rescatar una versión que, en su momento, fue maravillosa en lugar de intentar coger la esencia que nos hizo grandes para mejorar el presente. Revisar el pasado es un acierto pero hay que olvidar la necesidad de calcar aquello que (en nuestra memoria) fue bonito. Debemos recordar pero sin el filtro de la melancolía, con una mirada autocrítica que nos recuerde que cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor.
Si mañana volviera 'OT', debería hacerlo adaptado a nuestro tiempo pero, antes de nada, habría que borrar todos los recuerdos que tenemos del programa. El mayor lastre del show es, a su vez, su mayor credencial: el pasado. Su regreso nunca colmaría las expectativas porque logró algo extraordinario, que nunca volverá. Como tampoco regresarán el primer viaje con los amigos o la primera vez que besaste a esa persona. Y no vale de nada lamentarse por no volver a experimentar esas sensaciones porque son únicas y esa es la razón que las hace mágicas. Lo único que nos queda es celebrar el pasado, disfrutar del presente y sorprender al futuro.
Echando la vista atrás, todos parecemos más guapos y más felices. Nos reímos de aquellos estilismos imposibles, suspiramos al vernos más jóvenes y recordamos aquellos amores que parecían no tener remedio. Intentamos evadirnos de la rutina convenciéndonos a nosotros mismos de que un día volveremos a ser aquellos maravillosos seres. Y, afortunadamente, nos equivocamos.
Tras la primera parte de 'OT: El reencuentro' (y más después de ver el dato de audiencia), muchos espectadores clamaron por la vuelta del programa. Querían la vuelta del romance de Bisbal y Chenoa, la historia de superación de Rosa o las lágrimas de Bustamante cuando eso simplemente fue un capítulo más en la historia del talent. Idealizamos el pasado, identificándolo con momentos cumbres que nos hicieron felices.
'Operación triunfo' es un gran formato. La vida también. El problema comienza cuando queremos rescatar una versión que, en su momento, fue maravillosa en lugar de intentar coger la esencia que nos hizo grandes para mejorar el presente. Revisar el pasado es un acierto pero hay que olvidar la necesidad de calcar aquello que (en nuestra memoria) fue bonito. Debemos recordar pero sin el filtro de la melancolía, con una mirada autocrítica que nos recuerde que cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor.
Si mañana volviera 'OT', debería hacerlo adaptado a nuestro tiempo pero, antes de nada, habría que borrar todos los recuerdos que tenemos del programa. El mayor lastre del show es, a su vez, su mayor credencial: el pasado. Su regreso nunca colmaría las expectativas porque logró algo extraordinario, que nunca volverá. Como tampoco regresarán el primer viaje con los amigos o la primera vez que besaste a esa persona. Y no vale de nada lamentarse por no volver a experimentar esas sensaciones porque son únicas y esa es la razón que las hace mágicas. Lo único que nos queda es celebrar el pasado, disfrutar del presente y sorprender al futuro.
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