
Trancas y Barrancas, que son fabricadas a mano y se cambian cada dos años según cuenta David Sanz en El Mundo, son las estrellas más aclamadas tanto por el público como por los invitados que pasan por el programa. Incluso cuentan con primos por medio mundo, como los brasileños Fisgas y Bisnaga o los mexicanos Pichas y Cachas. Han vendido más de un millón de productos con su nombre en todos estos años pero, ¿por qué un éxito tan abrumador de unos muñecos de felpa en un programa no infantil?
La respuesta es sencilla: porque todos querríamos ser esos muñecos de felpa. Trancas y Barrancas son bestias, deslenguadas, traviesas y no se cortan, dicen lo primero que se les pasa por la cabeza. ¿A quién se le ocurre que una hormiga de trapo le diga a una actriz que quiere pasar la noche con ella? ¿O que otra le diga al presentador del programa todos sus defectos físicos? De algún modo, son una representación de lo que los demás querríamos decir pero no podemos. Y por eso triunfan, porque no se cortan pero tampoco saturan, saben a la perfección aportar ese punto de gamberrismo necesario para romper la dinámica del programa.
No hay que olvidar que (en parte) son responsables de la fama de El Hombre de Negro ya que, con sus frases sobre el colaborador, éste fue ganando responsabilidad en el programa. Además, han creado coletillas que han traspasado la pantalla, como el mítico "fracaso absoluto" que gritan cada vez que algún experimento sale mal. Así, se han ido consolidando en el imaginario colectivo, convirtiéndose en parte de la cultura popular.

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