Entre tanto escándalo de corrupción copando portadas, el panorama mediático se ha tomado un respiro gracias a la confirmación, por parte de TVE, del regreso de uno de los formatos televisivos más recordados de los últimos 20 años. Sí, 'Operación Triunfo' regresa a la parrilla pero no, al contrario de lo que se pueda pensar, no es una buena noticia.
La primera edición de 'OT' llegó a la cadena pública cuando los talents shows eran un terreno casi inexplorado y la telerrealidad aún estaban en pañales. El casting fue uno de los grandes aciertos del programa, ya que la productora consiguió juntar a un grupo de jóvenes llenos de ilusiones, miedos, sueños, ganas de pasarlo bien y, sobre todo, ingenuos. Ninguno de ellos buscaban nada más allá de la consecución de su sueño, tener una carrera musical.
Sin embargo, la saturación de programas de este corte que se ha dado en estos años ha conseguido que muchos concursantes estén resabiados y sepan qué tienen que hacer o decir para atraer el foco hacia ellos, sin importar la calidad artística. Ahora todo es mucho más impostado y todos los concursantes parecen conocerse el guion a la perfección, repitiendo historias que dieron resultado en el pasado y dando la sensación de que todo está forzado . Ahí radicaba una de las grandes virtudes de aquella primera edición: la naturalidad que desprendían, que conseguía que los espectadores pudieran identificarse con todos y cada uno de ellos.
Para triunfar, 'OT' necesitaría un plantel de profesores con carisma, un jurado con algo que decir, un repertorio musical más allá del pop aflamencado y de la balada en inglés, un horario digno, unas redes sociales ágiles que sepan aprovechar todo el potencial y buenos invitados que den lustre al programa. Pero, ante todo, su éxito dependerá de si el espectador se desprende del filtro de la melancolía, ese que nos hace creer que cualquier tiempo pasado es mejor. Si el programa no demuestra desde el primer segundo que se ha adaptado a los nuevos tiempos y marca distancias con el recuerdo idealizado que flota en el imaginario colectivo, caerá en su propia trampa.
Al anunciarse el regreso del espacio, muchos han soñado con repetir la magia de Chenoa y Bisbal, la inquebrantable amistad de Bustamante y Alex o la heroica historia de superación de Rosa y quedarán decepcionados al descubrir que eso es parte del pasado y jamás volverá. El programa debe crear una identidad propia, aprovechar el legado de su antecesor pero introducir nuevos elementos que lo hagan atractivo e imprevisible, que le doten de ese aura de evento único que no puedes perderte si al día siguiente quieres tener tema de conversación en la oficina. Renovarse o morir, pero nunca repetirse.
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